Apenas podemos entender santa Teresa sin Ávila, la ciudad donde ella nació, donde vivió la mayor parte de su vida, la que fue punto de partida para su obra fundacional. En Avila ella escribió la mayor parte de sus obras: Libro de la Vida, Camino de Perfección y aquí termino de escribir Las Moradas o Castillo interior.

Ávila sorprende y encanta por su estampa medieval, dibujada por las murallas que mandó construir Alfonso VI en el siglo XI. Sus dos km. y medio de perímetro, jalonados por 88 torreones y 9 puertas, encierran un valioso tesoro histórico artístico, con templos y palacios románicos, góticos y renacentistas que ha merecido a esta ciudad el título de Patrimonio de la Humanidad.

Muchos personajes ilustres han vivido en estas tierras: ermitaños como S. Pedro del Barco, misioneros como Vasco de Quiroga y S. Pedro Bautista, reformadores como S. Pedro de Alcántara, escritores como Alonso Fernández de Madrigal “El Tostado”, compositores como Tomás Luis de Victoria, militares como Blasco Núñez de Vela, Sancho Dávila o Juan del Águila, políticos como Adolfo Suárez… Entre estas figuras merece destacarse la del místico y poeta San Juan de la Cruz. Y sobre todo, santa Teresa de Jesús, conocida también como santa Teresa de Ávila. Aquí nació y pasó la mayor parte de su vida, comenzó la Reforma del Carmelo, y escribió el Libro de la Vida, el Camino de Perfección y terminó las Moradas. Todo evoca a Teresa en esta ciudad, que con su perfil amurallado se hace imagen del Castillo Interior.

Al acercarnos, el humilladero de los Cuatro Postes nos ofrece una hermosa panorámica, y nos recuerda la anécdota de Teresa que a los siete años de edad pretende ir con su hermano Rodrigo a tierra de moros para ser mártir (cfr. Vida 1,6). Según la tradición, en esa cruz del siglo XVI los encontró su tío Francisco, aunque tal vez su aventura no llegara más lejos del puente romano sobre el río Adaja. Por este puente salía el camino de Salamanca y de Gotarrendura, el pueblo donde se casaron los padres de Teresa y donde ella pasó temporadas de su infancia. Cruzando el río, vemos, a la izquierda, la ermita románica de S. Segundo, del siglo XII. Junto a ella estuvo el primer convento de Carmelitas Descalzos, al que se trasladó en 1600, desde Mancera, la primitiva fundación de Duruelo.

Y entramos en la ciudad, que nos propone una peregrinación orante por los principales lugares teresianos, y a través de ellos, por la propia vida.

La Santa (Casa Natal de santa Teresa)

eej_casanatalAquí estaba la casa donde nació Teresa de Jesús y transcurrió su niñez y primera juventud (Vida 1-4). En 1630 la Orden del Carmen la compró –ya en ruinas- y levantó sobre su solar, en estilo barroco carmelitano, el Convento actual -“La Santa”-, inaugurado en 1636.

Este espacio fue testigo de los recuerdos de su niñez, de sus padres: “padres virtuosos y temerosos de Dios”; de sus hermanos: “Eramos tres hermanas y nueve hermanos. Todos parecieron a sus padres -por la bondad de Dios- en ser virtuosos, si no fui yo, aunque era la más querida de mi padre”; e sus lecturas, “Juntábamonos entrambos a leer vidas de santos” de donde nacen sus ansias de martirio; de la fuga con su hermano Rodrigo; de sus juegos a ser ermitaña: “ordenábamos ser ermitaños; y en una huerta que había en casa procurábamos, como podíamos, hacer ermitas, poniendo unas piedrecillas, que luego se nos caían”; de su orfandad a los 13 años, de sus devaneos de adolescente, de sus enfermedades de juventud; de la enfermedad y muerte de su padre D. Alonso, al que ella asistió.

En su interior podemos contemplar el retablo del altar mayor, de Gregorio Fernández, que representa la Merced del Colla (Vida 33,14 “Me veía vestir una ropa de mucha blancura y claridad … vi a Nuestra Señora hacia el lado derecho y a mi Padre San José a el izquierdo, que me vestían aquella ropa… Parecíame haberme echado Nuestra Señora al cuello un collar de oro muy hermoso, asida una cruz a él de mucho valor…”). En el lado izquierdo del crucero encontramos un cuadro de la Virgen entregando el escapulario a S. Simón Stock, una imagen de la Virgen del Carmen de G. Fernández, y al lado la entrada a la capilla construida en el lugar donde nació Teresa. Está decorada con escenas de su vida y representación de las Órdenes religiosas con que más trató (carmelitas, jesuitas, dominicos y franciscanos). Preside esta capilla una imagen de Teresa arrodillada (también de G. Fernández) que originariamente formaba grupo con un Cristo atado a la columna (ahora en la nave derecha), representando el encuentro de Teresa con el Cristo muy llagado que refiere en Vida 9,1 como momento de conversión.

En la iglesia encontramos otros cuadros e imágenes de interés: a la derecha del crucero, Teresa visitando a S. Juan de la Cruz y Antonio de Jesús en Duruelo; en la nave derecha, imagen de S. Juan de la Cruz; y en la izquierda, de S. José (de quien Teresa era muy devota) y el profeta S. Elías, inspirador de la Orden de los carmelitas.

En la plaza, a la derecha, hay una sala de reliquias. Y a la izquierda, bajando por la calle Intendente Aizpuru, encontramos el museo teresiano, instalado en la cripta de la iglesia y convento, que nos acerca a la vida, el mensaje y la proyección mundial de Teresa de Jesús.

En la misma plaza de la Santa, junto a la muralla, está el palacio de los Núñez Vela, que construyó D. Blasco Núñez Vela, primer virrey del Perú, en 1541. Su hermano Francisco fue padrino de bautismo de Teresa. Y con Blasco Núñez viajaron a Perú en busca de fortuna algunos hermanos de santa Teresa. Antonio, uno de ellos, murió con Blasco y Francisco de Vela en la batalla de Añaquitos. Años más tarde, Cristóbal Núñez de Vela, hijo del Virrey, era arzobispo de Burgos cuando la santa fundó su último Carmelo, venciendo su resistencia (cfr. Fundaciones 31).

Iglesia de San Juan Bautista

eej_iglesiasanjuanEra la parroquia más cercana a la casa de los Cepeda. Quizá por ello fue la elegida por los padres de Teresa para bautizar a su hija. El Sacramento tuvo lugar tan sólo una semana después de su nacimiento: el 4 de abril de 1515. Aún hoy conserva, nada más entrar en el templo, la pila bautismal de la Santa.

De origen románico, se transformó definitivamente a principios del siglo XVI. Con un interior sobrio, de una sola nave y capillas laterales abiertas, alberga también el sepulcro de Sancho Dávila, personaje clave en la historia de la ciudad, quien hizo construir esta iglesia. En estos momentos, es una de las sedes de la exposición Las Edades del Hombre, con importantes piezas de Ribera, Goya o El Greco, entre otros.

Convento de Santo Tomás

A muchos peregrinos que siguen la ruta de Teresa por Ávila se les olvida llegar hasta la zona sur para visitar este Monasterio. Templo tardogótico del siglo XV, fue residencia de verano de los Reyes Católicos, y allí está enterrado su primogénito. De hecho, sus escudos se pueden ver tanto en la fachada como en los impresionantes claustros de su interior.

Teresa llegaba hasta allí frecuentemente para orar y confesarse en una de sus capillas: la del Cristo de la Agonía (o de las Angustias). Allí se conserva su confesionario, en el mismo lugar donde la Santa tuvo una de sus visiones místicas, viendo cómo San José y la Virgen le imponían un manto blanco y una gran cruz, símbolos de la pureza de pecado en la religiosa.

Convento de Santa María de Gracia

eej_conventosantamariagraciaTeresa, al fallecer su madre, pasa una época un tanto “dispersa”, propia de la adolescencia. La compañía de sus primos no es bien recibida en su propia familia, y la joven empieza a vivir un tiempo que ella misma describe como “de vanidades”: coqueta, le gusta arreglarse para salir y galantear con los mozos de su barrio, como cualquier joven de hoy en día. Su padre D. Alonso, preocupado por el rumbo de la rebelde Teresa, decide llevarla interna a este Convento de Nuestra Señora de Gracia en 1531, con el fin de que madurase y se formara mejor. En este lugar, las religiosas educaban a las jóvenes en varios quehaceres. Teresa ingresa a regañadientes, casi obligada por su padre. Y con un gran recelo por sus nuevas compañeras: “Yo estaba entonces ya enemiguísima de ser monja”.  Sin embargo, pasado un tiempo, encontró la paz que buscaba, y llegó a sentirse muy a gusto en el internado: “Holgábame de ver tan buenas monjas, que lo eran mucho las de aquella casa, y de gran honestidad y religión y recatamiento”(Vida 2,8).

Providencial fue en Gracia el encuentro con María de Briceño, una hermana que había ingresado muy joven y que era maestra de novicias y rectora de las jóvenes seglares “señoras doncellas de piso” que se educaban en la casa. Entre ellas brotó una fuerte amistad, y fue María de Briceño quien inició a Teresa en la vida de oración, despertando en ella su relación con Dios y los primeros síntomas de vocación religiosa: “Comencé a rezar muchas oraciones vocales y a procurar con todas me encomendasen a Dios, que me diese el estado en que le había de servir” (Vida 3,2). Se genera, pues, ese cambio en Teresa, que deja atrás su vida dispersa para centrarse en agradar a Dios y buscar un acercamiento con él a través de la oración. En el internado de las Agustinas experimenta una evolución personal. Pasa del desasosiego inicial que padece al verse encerrada entre cuatro paredes y tener que tratar con monjas, a tener un poco de paz.

Hoy, este pequeño convento de Madres Agustinas (una de las sedes de la exposición de Las Edades del Hombre) sigue una estricta clausura. Ocho religiosas viven en sus muros, cuidando la oración, y recordando con cariño la importancia singular que tuvo este convento para la gran Santa abulense.

Monasterio de La Encarnación

eej_monasterioencarnacionEn 1467 se fundó la comunidad de monjas Carmelitas, que se trasladó al actual monasterio en 1515. Aquí entró Teresa de Ahumada el 2 de noviembre de 1535, y un año más tarde tomó el hábito. Vivió 30 años en este lugar, que guarda numerosos recuerdos de ella. Aquí se desarrolló su proceso de transformación espiritual, que narra en el Libro de la Vida.

Santa Teresa frecuentó los locutorios de este monasterio. Estando en el segundo de ellos con una persona, se le presentó el Señor en figura lastimosa, y en otra ocasión vio Teresa a un animal a manera de sapo, que avanzaba hacia ella. En el tercero de estos locutorios habló con San Juan de la Cruz sobre el Misterio de la Santísima Trinidad, quedando abstraídos los dos. Según la tradición, en el cuarto de estos locutorios se entrevistó con San Francisco de Borja y San Pedro de Alcántara.

De aquí salió Teresa para fundar S. José en 1562. Treinta religiosas de la Encarnación participarían en sus sucesivas fundaciones. Teresa fue también, años más tarde, priora de este convento (1571-75), adonde trajo a Juan de la Cruz como confesor, que permaneció en esta labor hasta que en 1577 fue apresado y llevado a Toledo.

La iglesia del monasterio conserva el comulgatorio y el confesionario de San Juan de la Cruz La capilla de la Transverberación se construyó sobre el lugar que ocupó su habitación, en recuerdo de una de las gracias místicas vividas en este lugar (Cfr. Vida 29, 23) “Veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo … en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas; al sacarle me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios…

Convento de San José

eej_conventosanjose“Hacer un monasterio adonde ha de haber solas quince, con grandísimo encerramiento fundadas en oración y en mortificación” (Carta de Sta. Teresa a su hermano Lorenzo, 23-XII-1561). El proyecto reformador de Teresa se hizo realidad en el Monasterio de San José, la primera de sus 17 fundaciones, inaugurada el 24 de agosto de 1562, en unas casas compradas por su hermana Juana, con el toque de una campana rota que aún se conserva (cfr. Vida 36). Aquí es también donde Teresa escribió el Libro de la Vida, el Camino de Perfección y terminó el Castillo Interior.

Para realizar esta fundación contó Teresa con la licencia del obispo, D. Álvaro de Mendoza, desde entonces amigo y protector de Teresa, con los consejos de S. Pedro de Alcántara, con el dinero que su hermano Lorenzo le enviaba desde América, y con la ayuda de Dña. Guiomar de Ulloa y otros amigos. La mayor parte de la ciudad se opuso, por considerar una carga la fundación de otro convento que viviría de limosnas, pero la mediación del P. Domingo Báñez y otros amigos calmó los ánimos.

La primitiva iglesia es la capilla de S. Pablo, a la derecha, reconstruida hacia finales del s. XVI. Allí está enterrado Francisco de Salcedo, amigo de la Madre Teresa. En 1615, primer centenario de su nacimiento y un año después de su beatificación, se inauguró la iglesia actual, obra del arquitecto Francisco de Mora. Una imagen de San José, obra de Giraldo de Merlo, preside la fachada, y otra, atribuida a Manuel Pereira, el retablo. En esta iglesia están enterrados Don Álvaro de Mendoza, sus hermanos Pedro y Lorenzo de Cepeda, su tío Francisco, el maestro Gaspar Daza, y el padre Julián de Ávila, capellán de san José, apoyo de santa Teresa en sus fundaciones, y uno de sus biógrafos.

El convento tiene habilitada una sala como museo teresiano, con numerosas reliquias.

Los cuatro postes

Este humilladero situado a las afueras de Ávila, camino de Salamanca, data del siglo XII, aunque su composición actual se creó en 1566. Se trata de cuatro columnas dóricas de cinco metros de altura cada una. Sobre ellas, se ven los escudos de armas de la ciudad. Y, en el centro, sencilla y regia, una cruz de granito. Sitio obligado de paso para peregrinos y turistas, pues ofrece una de las vistas panorámicas más espectaculares de la ciudad.

Cuenta la leyenda que, en esas tardes de lecturas de libros de caballerías, Teresa convence a su hermano Rodrigo para escaparse a tierra de moros. Quería extender la fe en aquellas tierras, o morir mártir entre ellos. Rodrigo coge la espada de su padre, y Teresa el crucifijo. Salen por el suroeste de la ciudad, pues recuerdan que su tío les había contado que por Los Cuatro Postes se podía alcanzar esa tierra que buscaban. Cuando en su casa se nota la ausencia de ambos hermanos, su tío, Francisco Álvarez de Cepeda, sale en su búsqueda, interceptándolos junto al citado monumento, y devolviéndolos a su padre, que inmediatamente les quitó la idea de la cabeza.

Este relato no deja de ser una leyenda, pues Santa Teresa no lo narra en el Libro de la Vida. En su obra, tan sólo cuenta su disposición a escaparse con Rodrigo a tierra de moros, y cómo, después de un tiempo, desistió de ello. Pero la tradición oral se ha encargado de perpetuar este relato, compartido por todos cuantos habitan en Ávila.

Basílica de San Vicente

Cuando Teresa decide emprender su reforma del Carmelo e iniciar la primera de sus fundaciones, sale de la Encarnación para formar la comunidad de San José. Pero para en una basílica a los pies de la muralla: San Vicente. Allí, tras orar en el cenotafio de los hermanos mártires que dan nombre al templo, Teresa baja a la cripta, donde se encuentra la piedra en la que fueron depositados los cuerpos de los mártires tras su asesinato. Y allí, se postra ante la Virgen de la Soterraña, patrona de la ciudad de Ávila. Teresa se desprende de sus alpargatas y las deposita frente a ella. Sale así descalza de San Vicente, camino de San José.

De estilo de transición entre el románico y el gótico, este templo del siglo XII tiene la denominación de basílica. Está dedicado a los hermanos Vicente, Sabina y Cristeta, mártires del siglo IV. Destacan en su fachada la entrada occidental, muy al estilo de la del Maestro Mateo en la Catedral de Santiago. Y en su interior, una de las obras más importantes del arte románico: el cenotafio de los mártires, lugar donde juraban os condenados, bajo la inquisidora mirada de su Pantocrator. Obra del maestro Fruchel (el mismo que comenzó la construcción de la Catedral de Ávila), cuenta con un relieve que narra el martirio de los hermanos, y cuya policromía ha sido recuperada recientemente.